Gracias a dios
... sí, por las fantasías, por la lujuria a destiempo. Por las miradas que se sostienen una décima de segundo más allá de lo estrictamente necesario; por el alcohol, que excusa pasar del espacio social al espacio íntimo. Por el ser capaz de funcionar en piloto automático en circunstancias prosaicas y cotidianas, pero con la neurona anárquica imaginando, recordando, jugando.
Gracias a dios que al hablar con alguien se supone que debes mirarle a los ojos y a la boca, así hay una coartada cuando en realidad lo que haces es mirar dentro de los ojos y a los labios.
La ambigüedad cuando es bienvenida; la timidez cuando es delatora; el atrevimiento cuando es deseado; el existir, el estar ahí, el tener una voz profunda o los ojos de cierto color; por las pestañas, la nariz, la boca, el pelo... Gracias.
Por los labios cuando se notan hinchados y miran más a los ojos del otro que nuestros ojos. Por la espalda que se yergue, por las caderas que se mueven al andar, por el cabello que se ondula.
Por las conversaciones que hacen una pausa.
Por Fahrenheit que me hizo perder el hilo del argumento, por todo Calvin Klein, o por no usar colonia y oler bien, tierno, viril.
Gracias a Dios por no creer a los que bienintencionadamente, y creyéndoselo, nos aseguran que no pecan de deseo, que no rezan esta oración en sus sueños. Porque ellos unen la inocencia al instinto.
Por lo prohibido, por lo no dicho, por los compartimentos estancos de nuestro cuerpo-alma. Por el escaso propósito de la enmienda, gracias.
Por no tener de qué arrepentirme, por aprender; tengo a alguien en cuyos ojos quiero poder sumergirme. Pero gracias a dios, también, porque sobreviviría sin él y él sin mí.
Por la sensualidad. Por la posibilidad.
Adiós, gracias.