Y ya he vuelto.
Curioso cómo no me invadió la ansiedad que preveía. Mucho más me estresó el proceso de llegar a concretar el propio viaje.
Una vez puesta en movimiento, serenidad.
Quizá fue el ir a mi aire sin que importaran mis lapsus ni nadie se diera cuenta de ellos, o quizá simplemente que ya voy adquiriendo una mínima experiencia viajera. No hace tanto tiempo, me desorientaba con tanta facilidad, y no sólo en los desplazamientos...
Una vez puesta en movimiento, serenidad.
Quizá fue el ir a mi aire sin que importaran mis lapsus ni nadie se diera cuenta de ellos, o quizá simplemente que ya voy adquiriendo una mínima experiencia viajera. No hace tanto tiempo, me desorientaba con tanta facilidad, y no sólo en los desplazamientos...
Biarritz, el lago Mouriscot y su parque, con su árbol como un espíritu del bosque protegiendo mi refugio. Los chalets y el centro, y el Rocher des Enfants y la Grande Plage al lado del Casino: una ville decadente y encantadora.
París... es París. Una sensación inicial estresante, para al final hechizarte si te dejas atrapar por su universo. Inútil intentar describirlo con fotos, mejor perderse de una maravilla a otra.
Y más allá del descubrir nuevos lugares, están las corrientes que crea en ese líquido denso y traslúcido que a veces pienso que es el espíritu.
Cambia todo a tu alrededor, y no cambia nada. Era una curiosa sensación que a ratos producía consuelo y calma, y a ratos una rara inquietud de irrealidad: como si todo fuera simplemente un show de Truman.
Como si mi vida fueran sólo ensoñaciones de una comatosa que deja pasar la vida, vegetando en la penumbra de una habitación de hospital.
La gente y los lugares, aunque aparentemente sean del todo diferentes, resultan casi idénticos en espíritu.
Los mirlos y las palomas y los gorriones son los mismos. Y los tilos. Los perros también.
(Los gatos no, Silvestre; los gatos en Francia hacen miiii y no maauu.)
El Campo de Marte parece la Taconera o la vuelta del Castillo, pero con una gran imagen de la Torre Eiffel añadida en croma. Y le botellón.
En el cementerio del père Lachaise, un misterio y también Léon Noël, una muestra más de que la gente somos universalmente divertidos y patéticos:
un artista que aprovecha ser el último de su familia en utilizar la parcelita del cementerio, y lega a la posteridad un busto soberbio (de la soberbia que es pecado, dicen), y hace inscribir en el túmulo una crítica elogiosa, desorbitada, a su propia obra.
Artista y crítico que hoy nadie recuerda, por supuesto.
Si la vanidad no le hubiera absorbido tanto, a lo mejor no hubiera sido el último de su familia.
Y, al fin, la satisfacción de regresar al territorio familiar, cansada pero contenta de haber vencido la pereza y la negatividad.
Y mi camita es la más maravillosa del mundo.
Y la segunda noche regresó la ansiedad. (Sería muy conveniente ser una adepta del feng-shui para resolver esto en un ti-tá, cambiando la decoración de la casa, pero qué se le va a hacer. Como decía la señorita Escarlata, "ya pensaré mañana".) Sin embargo:
Como si mi vida fueran sólo ensoñaciones de una comatosa que deja pasar la vida, vegetando en la penumbra de una habitación de hospital.
La gente y los lugares, aunque aparentemente sean del todo diferentes, resultan casi idénticos en espíritu.
Los mirlos y las palomas y los gorriones son los mismos. Y los tilos. Los perros también.
(Los gatos no, Silvestre; los gatos en Francia hacen miiii y no maauu.)
El Campo de Marte parece la Taconera o la vuelta del Castillo, pero con una gran imagen de la Torre Eiffel añadida en croma. Y le botellón.
En el cementerio del père Lachaise, un misterio y también Léon Noël, una muestra más de que la gente somos universalmente divertidos y patéticos:
un artista que aprovecha ser el último de su familia en utilizar la parcelita del cementerio, y lega a la posteridad un busto soberbio (de la soberbia que es pecado, dicen), y hace inscribir en el túmulo una crítica elogiosa, desorbitada, a su propia obra.
Artista y crítico que hoy nadie recuerda, por supuesto.
Si la vanidad no le hubiera absorbido tanto, a lo mejor no hubiera sido el último de su familia.
Y, al fin, la satisfacción de regresar al territorio familiar, cansada pero contenta de haber vencido la pereza y la negatividad.
Y mi camita es la más maravillosa del mundo.
Y la segunda noche regresó la ansiedad. (Sería muy conveniente ser una adepta del feng-shui para resolver esto en un ti-tá, cambiando la decoración de la casa, pero qué se le va a hacer. Como decía la señorita Escarlata, "ya pensaré mañana".) Sin embargo:
Más fuerte, más amplio, más ligero. El balance es positivo.