2006-01-30

Rencores colectivos.

Hay un blog que suelo visitar, aunque nunca dejo comentarios -no sé muy bien por qué, no me parece que esté hecho en el mismo plan exhibicionista que la mayoría... incluyendo el mío, por supuesto.

En el último post de ese blog del que hablo, el anfitrión se queja de una chica que como amiga no vale gran cosa: utilitaria, desconsiderada, olvidadiza, egoísta. Mimada. He conocido unas cuantas personas así, y sé de lo que habla. Quien escribe es lo bastante perspicaz -inteligente es un rato- como para definir de una forma muy precisa la actitud de aquella chica, y también lo bastante cínico como para decidir permanecer a la espera.

Pero lo que me ha movido a escribir mi impresión aquí, es un comentario que le ha dejado otra persona. Lo reproduzco:
Cuando el tiempo pase, y el dolor y el resentimiento dejen paso a los recuerdos imprecisos con que nos obsequia la mala memoria, te odiaras por haberla adorado, y porque sabes que, aún ahora, besarías el suelo que ella pisa.Son insaciables; nadie es lo suficientemente bueno para ellas. Abrazos, de...

Tengo que decir que el anfitrión en ningún momento había hablado de "adoración" ni de "besar el suelo que ella pisa". Quizás el comentarista sabe algo que yo no sé, pero lo que me mueve a escribir es el tono de lo que escribe: es tan amargo, tan lleno de rencor... tan limitado...

"Son insaciables; nadie es lo suficientemente bueno para ellas". ¿Por qué me sorprende? Conozco a demasiada gente a la que le gusta generalizar sobre hombres o sobre mujeres. Es algo que me supera. ¿Es que no tenemos ojos más que para lo que coincide con nuestros prejuicios? ¿Esta persona nunca ha conocido a una mujer cuyo carácter merezca la pena, o es que nunca se va a molestar en verla? ¿No ha conocido a ningún hombre que responda a esa misma desagradable definición?

Digo lo mismo para todas esas personas que suelen soltar impunemente cosas como "las mujeres son más sensibles" (¡y una mierda! que yo las/nos conozco sin máscaras) o "los hombres son unos trogloditas", resumiendo en dos frases toda una categoría de tópicos.

Sé que no soy la única, ni mucho menos, por suerte, que ve a las personas como seres complejos, y no las reduce a lo que tienen en la entrepierna. O sea, que para mí el hecho de que sean hombres o mujeres no ocupa más que una casilla muy secundaria en su historial. La gente puede ser abierta, tímida, negada; egoísta, manipuladora, entregada, disponible, torpe; sorprendente en los detalles pequeños y en las grandes ideas; y en general, todos tenemos vetas de cariño pendiente de dar, aunque varía mucho la disposición a buscar esas mismas vetas en los demás.

Me ha tocado en ocasiones sentirme abandonada por alguien a quien había dado mi amistad. Y seguro que yo también he causado daño: en mi defensa, tengo que decir que siempre habrá sido por descuido o por torpeza, ya que soy capaz de pisar muchos callos sin querer, y sin embargo soy incapaz de hacer daño a propósito, ni siquiera a quien pueda merecerlo.

Y, sí, JD, creo que la amistad es un bien que se deteriora si lo usas demasiado.
Y que siempre es mala idea el adorar a alguien, a quien sea.

En cualquier caso, ¿quién puede sostener un rencor semejante a toda una mitad de la Humanidad? ¿La persona que escribe ese comentario, es muy limitada y rencorosa, incapaz de digerir los reveses, o es que ha tenido muy mala suerte?

2006-01-24

Autorretrato

Debate laboral. Javiermariada.

Van varias ocasiones en que se ha producido una diferencia de opiniones con mis nuevos compañeros de curro; un debate que me está dando "chicle mental".

Básicamente, yo soy la ingenua voluntariosa que, siempre que puede, piensa en evitarles dificultades al resto del personal, invisibles compañeros que pueblan el resto del edificio. Ellos son los jóvenes cínicos -un año de experiencia en tres centros distintos- que argumentan que ayudarles sólo sirve para que lo tomen por descontado, sin agradecerlo y, a la primera ocasión, descargando sobre ti sus propias responsabilidades, que no te corresponden, y sus propias culpas.
Yo me pongo en el lugar del "otro invisible", que va a perder tiempo y nervios por culpa de un error que yo ya tengo localizado y sé cómo puede solucionar. No me importa hacerle un favor a esa persona avisándola, y probablemente ahorrarle los malos modos del jefecillo de turno. Sin embargo, ellos insisten en que, aunque en un principio pensaban y actuaban como yo ahora, la experiencia propia y el consejo de los más veteranos les han hecho cambiar de opinión, y están convencidos de que mi posición sólo me llevará a que, cuando esa gente cometa una pifia, me señalen a mí o a mi departamento para descargarse de culpa.

En estas polémicas no llega la sangre al río, porque -de momento, cruzo los dedos- nos llevamos bien, pero me resulta interesante la situación. Habrá que ver cómo evoluciona la cosa: ¿acabaré dándoles la razón, o mantendré mi "quijotismo"?

Y precisamente hoy he leído un artículo de mi pedante y soberbio preferido, Javier Marías, que recoge el punto de vista de mis compañeros de bunker.

"Instrucciones a los sirvientes

En 1731 Jonathan Swift, el famoso autor de Los viajes de Gulliver, publicó una de sus últimas obras “cuerdas” (su salud mental se fue deteriorando desde poco después hasta su muerte, en 1745): un panfleto titulado Instrucciones a los sirvientes, en el que aconsejaba a éstos, con la ambigüedad suficiente para dudar el lector a veces de si se encuentra ante una sátira o ante una cumbre del cinismo, cómo medrar, cómo aprovecharse, cómo salirse con la suya, cómo ser maligno, perezoso y ratero, cómo manipular y burlar al amo. (…)


Entre esas Instrucciones hay una que, con variantes, se repite hasta cuatro veces y que en verdad parece ideada para nuestra época, en especial para algunos colectivos. En su formulación más nítida dice así: “Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre impertinente e insolente, y compórtate como si fueras tú el ofendido; esto disipará al instante el humo de tu amo o de tu señora”. Más tarde Swift insiste: “Cuando te reprendan por una falta, al salir de la habitación refunfuña lo bastante alto para que se te oiga con claridad; esto hará que tu amo te crea inocente”. Y luego: “Si por una vez en la vida tu amo o tu señora te acusan injustamente, serás un feliz sirviente, porque lo único que tendrás ya que hacer, a cada falta en que incurras, será recordarles aquella falsa acusación, y declararte igualmente inocente en todas las ocasiones”. Por último, el autor amplía sus recomendaciones: “Echa todas las culpas al perro faldero, al gato favorito, a un mono, a un loro, a una urraca, a un niño o al último sirviente despedido; así te exonerarás a ti mismo, no causarás perjuicio a nadie y ahorrarás a tu amo o a tu señora la molestia de reñirte”.

Oh sí, medio mundo se diría que ha leído este opúsculo y que ha aprendido bien la lección, sobre todo en España. ¿Se han dado cuenta ustedes de lo raro que es hoy escuchar cualquier disculpa o reconocer a alguien una falta, un error, una mentira, una calumnia, un fallo, una metedura de pata, una desconsideración, una negligencia? En lo personal como en lo público. Cada vez que me siento tentado de quejarme o reprocharle algo a alguien –cosas leves: una desatención, una indelicadeza, una ingratitud, un feo olvido–, me lo pienso mucho, porque lo más frecuente es que, por razón que yo lleve, la conversación se salde con la indignación y el agravio de la persona en deuda o en falta. Si uno se lamenta amistosamente (“Hay que ver, nunca llamas”), lo más probable es que acabe justificándose por no ser uno mismo quien insiste lo bastante. Si uno señala una indiscreción con consecuencias, es casi seguro que al final haya de pedir perdón por su suspicacia. Si a uno le dan un plantón de tres cuartos de hora, es fácil que termine acusado de impaciente y grosero por no haber aguardado la hora entera. Y si reprende a un automovilista por haberse saltado un semáforo y haber hecho peligrar su vida, al término del lance puede haberla perdido por un golpe de llave inglesa sacada de la guantera.
(…)


Javier Marías, LA ZONA FANTASMA. 15 de enero de 2006. "

2006-01-22

Hay gente que es música!

2006-01-21

Inutilidad dos... ene...


Así a bote pronto, sin pensarlo demasiado, tengo un par de amigos en esta situación que contaba.

Un par de amigos muy queridos a los que me duele mucho no ser capaz de ayudar, y al menos intento no perjudicarles.

Cada uno en su tema, y los dos muy jodidos. Le doy vueltas.
Aunque algún lector me riña por buscar con excesivo afán mis propios defectos, no puedo dejar de preguntarme si no es mi propio egocentrismo (¡este blog es puro onanismo mental!) el que me impide ir más allá de mi propio punto de vista, para lograr conectar con mis personas queridas y aportar algo que les sirva de verdad.

Estoy perdiendo impulso...

2006-01-20

Inutilidad uno

¿Qué haces cuando un amigo se lo está pasando mal, y lo único que podrías decirle, siendo sincera, es que se resigne a perder?

Aunque pienses que perder sería ganar a la larga, o incluso a medio plazo... sabes que no le va a gustar escucharlo/leerlo, y ni siquiera estás segura de tener razón. Pero no sabrías decirle otra cosa. Siendo sincera.

Y mientras tanto, por no hacer daño, callas y no te das por enterada de que esa persona lo está pasando mal.

¿Hasta qué punto merece la pena poner la verdad por delante en estos casos?