Por la noche.
Dice que no ha visto mi llamada perdida. Que cómo estoy, con voz suave y dispuesta quizás a decantarse hacia la ternura. Tengo la oportunidad de capear, de dejarlo correr. Pero no lo hago. Intento ser firme pero hacerle entender lo dolida que estoy, lo incrédula todavía...
No hay frutos. Lágrimas, muchas lágrimas. Gritos suyos -hasta el punto de que en el mayor de ellos le cuelgo, luego le vuelvo a llamar-. Y girando y girando, cada uno en sus trece.
Él, que por qué le hago esto, que le estoy presionando mucho, que le exijo que sea alguien que no es; está destrozado.
Yo, que a cada paso tengo que preguntarme qué está pasando, por qué me dice esas cosas, si no estaré equivocada... intentando no arriar bandera, reivindicarme, mantener claro mi punto de vista y no dejarme arrastrar por una más de tantas marejadas de emociones negativas que ha habido entre nosotros. Le digo que no intento que sea otro: que sólo quiero que sea él mismo, mejorándose. Que no puede resignarse a que "él es así", que hace ya años que dejó de ser juguete de sus circunstancias familiares, que es él mismo quien hace invencibles sus fantasmas... que busque ayuda...
Yo también estoy destrozada. Pero, por lo menos, no estoy humillada como estaría si me hubiera plegado a la situación y hubiera dejado de defender mi derecho a sentirme extrañada, dolida, humillada, porque él se defina a sí mismo como incapaz de admitirme ni siquiera a mí en su territorio íntimo sin empezar a descargar negatividad.
¿Estoy "presionándole" porque me planto en esto?
¿Que "por qué le hago esto"?
Ha llegado un momento en el que le he pedido que lo dejáramos correr por hoy, porque no me sentía capaz de más. Él se ha precipitado a entender que yo quería que dejáramos correr "lo nuestro". Yo me refería a la conversación.
No es la primera vez que lo hace, ni la segunda, ni la tercera; ha habido ya demasiadas de estas situaciones en las que una gran debacle sirve para cerrar una crisis, hasta ahora marcada por sus bajones cíclicos; y en cada una de esas ocasiones me ha dado la impresión de que esperaba casi con alivio que yo decidiera cortar nuestra relación. Incluso he llegado a plantearme si no estaba intentando forzarme a ello, sobre todo en esta última discusión.
No me apetecía nada sentarme a escribir esto, pero me he obligado a hacerlo, porque me conozco y sé que mi memoria de pez y mi cobardía emocional querrán borrarme la claridad con la que siento ahora mismo mi posición. Quiero poder recordar las frases que se dijeron; para eso dejo este guión.
No sé qué va a pasar. Tengo la sensación de que esta pareja se terminó y que nunca encontraré otro con el que sintonice tan perfectamente... pero, por favor, que se me ahorre la psicología Instant. Ya lo sé: etcétera, etcétera. Pero es lo que hay, es así como lo siento.
Dios. He releído este post y es tan típico...
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